Inauguración de las escuelas de Cabanillas en 1926 / Francisco Goñi

Los históricos edificios de las viejas escuelas de Cabanillas del Campo, que hoy albergan el Centro Social Polivalente y el Centro de la Mujer, cumplen 90 años

 

 

El 3 de mayo de 1926 amaneció en Cabanillas del Campo un auténtico día “de perros”. Con frío, viento y lluvia, a pesar de lo avanzado de la primavera. Es lo que cuentan las profusas crónicas de la época, aparecidas en viejos periódicos históricos, como “Flores y Abejas”, “La Palanca” o “La Orientación”. Como hoy, eran vísperas de días festivos en la localidad, y Cabanillas se preparaba para celebrar sus festejos del Cristo. Pero a pesar del mal tiempo, esa jornada, en Cabanillas del Campo, quedó reflejada en todos los medios de comunicación de la época, porque ese día fue uno de los más importantes de la historia del pueblo, al menos hasta ese momento. Y es que, tras décadas de espera y proyectos frustrados, el municipio inauguraba sus primeras Escuelas.

 

 

Efectivamente: este martes 3 de mayo cumplen 90 años de edad los dos coquetos edificios rectangulares que tantos recuerdos guardan entre sus muros. Esos por los que pasaron a diario varias generaciones de cabanilleros y cabanilleras, quienes nacieron y crecieron en un pueblo eminentemente agrario, como era Cabanillas antes de la explosión industrial de los 70 y los 80, y el despegue residencial de los 90. Por eso son muchos los vecinos que aún recuerdan que hasta la apertura décadas después del actual Colegio “San Blas” (luego llegarían “Los Olivos” y “La Senda”), durante buena parte del siglo XX los edificios que actualmente albergan al Centro Social Polivalente y al Centro de la Mujer fueron, sencillamente, “las escuelas”. El único colegio público del municipio.

 

“Durante gran parte del siglo XIX, la atención escolar la recibían los niños de Cabanillas en una sala del Ayuntamiento. En ella el maestro impartía su clase en condiciones muy poco propicias”, explican los historiadores Ángel Mejía y Manuel Rubio en su libro La villa de Cabanillas del Campo, siglos XIX-XX, que editó el Ayuntamiento en 2003. En este volumen cuentan también cómo fue un maestro del pueblo, Ramón Fluiters, quien remitió una carta en 1844 al Ayuntamiento, quejándose de que el aula donde tenía que impartir clases era terriblemente fría en invierno (y calurosa en verano). Aquella, la queja del maestro Fluiters, fue la primera voz de alarma sobre la necesidad que tenía Cabanillas del Campo de contar con unas escuelas dignas que, no obstante, aún tardarían otros 82 años en ser una realidad.

Avanzó el tiempo, y en 1920 “se trató en Concejo sobre la construcción de un edificio escolar de nueva planta, que reuniese los requisitos mínimos para impartir las clases y que corriese por cuenta de los presupuestos del Estado. A pesar de lo necesario que era, tampoco se llevó a cabo (…) El alcalde se movía en los despachos políticos de la capital buscando el apoyo necesario para que las escuelas se edificasen de una vez por todas…”, nos cuentan también los historiadores en el citado libro.

 

 

Sin embargo, la decisión del Gobierno del Estado de dar, por fin, el paso al frente, se produjo, como ocurría tantas veces en aquella época, por -digámoslo así-, una suerte de “procedimiento paralelo”. Eran tiempos en los que tener un amigo, un contacto en “la Corte”, y saber agasajarlo como es debido, abrían más puertas que mil instancias. Y así lo demuestra la jugosa información que aparecía en el semanario “La Orientación; periódico semanal de instrucción pública”, el 17 de febrero de 1922: “Hace tiempo que Cabanillas anhelaba la creación de una escuela de niñas, y el Ayuntamiento y personas más salientes del mismo empezaron a trabajar en este sentido. Pero he aquí que la casualidad quiso que don Mariano Pozo, ilustre jefe del Negociado de la Primera Enseñanza en el Ministerio de Instrucción Pública, asistiese a una excursión cinegética en una hermosa finca que en el citado pueblo posee el ex presidente de la Diputación don Victoriano Celada. Supo el Sr. Pozo el simpático fin que se perseguía, y se apresuró a poner en conocimiento del pueblo que él haría por su parte cuanto fuese posible por conseguirlo”, explicaba el semanario, que añadía que pocos días antes, otro periódico, “La Gaceta”, en Madrid, había publicado al fin el anuncio de creación provisional de las nuevas Escuelas de Cabanillas.

No es de extrañar que, cuando el famoso jefe de negociado, el señor Pozo, regresó a Cabanillas días después, fuera agasajado con una gran fiesta de agradecimiento a la que se sumó todo el pueblo. Y es que Mariano Pozo, el funcionario del Ministerio tan aficionado a la caza, fue la pieza fundamental que hizo posible la construcción de estos edificios. Él cumplió su palabra, y en febrero de 1925 ya se estaban licitando las obras de construcción de las dos escuelas, con un presupuesto de salida en el concurso de 37.907 pesetas un edificio, y 39.814 pesetas el otro. Un año después de adjudicado el concurso, y cuatro después de la famosa cacería, Cabanillas por fin inauguraba estas nuevas escuelas, esas que todavía hoy existen, aunque ya no alberguen niños, libros y cuadernos en su interior. Se componían de dos pequeños edificios auxiliares, y otros dos edificios principales y casi gemelos: uno para escuela de niñas (donde hoy se ubica el Centro Social Polivalente) y otro para los niños (donde, paradojas de la vida, hoy está el Centro de la Mujer). Todavía pueden verse los letreros de azulejo que jalonan las puertas de entrada indicando a qué sexo pertenecía cada inmueble.

 

“Dos nuevas escuelas en Cabanillas del Campo”, titulaba con grandes caracteres el semanario más importante de la provincia de comienzos del siglo XX, el desaparecido “Flores y Abejas”, en su edición del 9 de mayo de 1926. El “Flores” recogía una extensa crónica del acto inaugural acontecido 6 días antes, una jornada que fue tan fría y desapacible en lo meteorológico, como calurosa en la celebración popular.

Hay que señalar que, aquel 3 de mayo de 1926, además de inaugurarse las escuelas, se procedió también a descubrir una nueva placa para una vía del municipio. En concreto, la que daba nombre a la calle Alférez Verda, antes llamada “de la Concepción”, y que el Ayuntamiento de la época había decidido cambiar de denominación para honrar a un ilustre hijo del municipio, fallecido en las guerras africanas poco tiempo atrás. Además, como corolario de la fiesta, también se bautizó a la glorieta frente a las escuelas con el nombre de Mariano Pozo, el ilustre responsable educativo que había hecho posible el “milagro”. La estancia todavía hoy lleva su nombre.

“En compañía de los contratistas de las obras, don Emilio y don Adelardo Gómez y don Maximiliano González, visitamos detenidamente las nuevas escuelas, admirablemente situadas a la entrada del pueblo, sobre una meseta natural, a la que se sube por una serie de rampas hábilmente combinadas. Constan los edificios de una clase de 10 por 7’50 metros con siete hermosos ventanales y una chimenea para calefacción del local. El acceso a cada escuela está formado por un amplio vestíbulo, despacho para el profesor, vestuario y lavabos. Los retretes están dispuestos en pabellones independientes. Dichos edificios están construidos con ladrillo y canto rodado, formando entrepaños, y su conjunto es artístico en extremo. Asimismo, se han construido los muros de cerramiento, coronados por esbeltas pilastras y una verja de hierro. Ha dirigido esas obras el notable arquitecto del Ministerio de Instrucción Pública don Luis Vegas”, explicaba profusamente “Flores y Abejas”, en su crónica de aquel día.

 

Huelga decir que aquella jornada inaugural fue de gran pompa y boato, con presencia en Cabanillas –“llegados en automóvil”, decía el periódico- del gobernador civil y presidente de la Diputación, quienes fueron recibidos por el entonces alcalde, Ángel López Inés, el cura párroco, y el médico de la localidad. También acudieron el responsable del Ministerio que promovió la construcción, el señor Pozo; el alcalde de Guadalajara capital, Antonio Fernández Escobar, y otras muchas personalidades: desde el secretario del Gobierno Militar, a varios inspectores de Primera Enseñanza, pasando por diputados provinciales, el jefe de Telégrafos, el presidente de la Agrupación Mercantil de la provincia, tenientes de infantería, arquitectos provinciales… en definitiva, todas las “fuerzas vivas” del momento.

 

Fue un acto de mucha emoción y más oratoria. Y largo, muy largo, porque en él tomaron la palabra muchísimas personas. Así lo contaba “Flores y Abejas”: “Después de bendecidos los edificios por el párroco, Sr. Blanco, pronunciaron bellos discursos los niños Victoriano Celada, Bernardo Rhodes, José Luis Inés y Alfonso Jurado; y las niñas Lolita Inés, Rosario Román, Teresita Inés, Pilar Marian y María Letón; así como el inspector Sr. Vera, D. Mariano del Pozo -quien ese mismo día fue nombrado hijo adoptivo de Cabanillas -, el alcalde Sr. López Inés, los maestros nacionales de Cabanillas, y la distinguida señora de don Felipe Celada”. Esta última señora, de nombre Amparo Domínguez, aprovechó su discurso para reclamar “la necesidad de que en las escuelas se dé preferencia a la enseñanza de la Religión”, según contaba, por otra parte, el semanario “La Orientación”, que también cubrió la histórica jornada.

 

Hoy, nueve décadas después, las viejas escuelas de Cabanillas ya no acogen niños, cuadernos ni libros. En los coquetos edificios de ladrillo y canto rodado ya no está, suspendido en el ambiente, el polvo de las tizas sobre el encerado. Pero sí que siguen siendo una bella referencia de nuestra arquitectura local, y también un lugar de reunión y celebración de actos, y un centro de referencia para ayudar a las mujeres de toda una comarca. No ha sido mal destino final para unas escuelas que nacieron, habrá que recordarlo siempre, del agradecimiento por una cacería.

[La documentación para la elaboración de este texto ha sido facilitada por Antonio de la Plata, ordenanza del Ayuntamiento de Cabanillas y ávido aficionado a la historia local]

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